miércoles, 10 de septiembre de 2008

¿La ciudad de la esperanza?

Hola de nuevo, amiguitos de Internet. La mayoría de ustedes (creo) vive en una de las ciudades más surrealistas del mundo: la Ciudad de México. Quien no ha vivido aquí no va a entender muchas de las cosas que suceden en este pequeño mundo de locos, como yo.
Empezaré contándoles de una cosa muy curiosa que me tiene sin dormir. El transporte público en nuestra capital no funciona. Literalmente no funciona. Los autobuses y microbuses hacen un caos en nuestras vialidades, son lentos, contaminan como si fueran fábricas de gases invernadero y, por si fuera poco, quieren subir su tarifa. Es penoso. Una amiga me contó que los micros empezaron porque un buen hombre compró unos camiones de carga que le pertenecían a Liverpool o al Palacio, o algo así. Entonces les metió unos asientos y los puso a circular, con la mejor intención de ayudar a trasladarse a los muchos ciudadanos que no poseían un vehículo particular. Hasta allí todo iba bien; pero el problema ahora es que son los mismos camiones, nada aptos para el transporte de tanta gente. Les han metido más asientos, para que quepa más ganado humano (y por tanto, más dinero), a costa de la más mínima comodidad para el usuario.
Yo, que mido 1.86 más o menos, no puedo irme ni parado ni sentado, porque si voy de pie, me tengo que agachar para que no me choque la cabeza con el techo. Si me siento, no caben mis piernas en el reducidísimo espacio que hay entre cada asiento. Obvio a la gente le molesta que vaya yo con las piernas al lado, pero no tengo otra opción. Lo más triste es que tampoco es culpa de ellos.
Pero eso no es lo más nefasto que hay en cuanto a transportes. Los taxis que circulan por nuestro Distrito Federal tienen placas maravillosas de auto particular !porque son autos particulares! si yo quiero, me compro un Tsuru o un bochito (¿cómo se escribe bochito?), lo pinto de verde y me voy de ruletero. Y de paso aprovecho y me brinco de taxista pirata a secuestrador express, que muchos ya lo hicieron. Total, ni pasa nada, porque el gobierno no puede con el 'sindicato' -cosa rara, porque los taxistas piratas no deberían de tener un sindicato-. O de menos, le pongo diablito a mi taxímetro y me llevo una tajadita de la bolsa de mi cliente.
Pero la joyita principal es el Metro. Cada mañana que lo uso me toca ver una oleada INMENSA de gente que se quiere subir a fuerzas al vagón que tiene delante. Ya no cabe una pluma, pero hasta que no entran no se calman las bestias. Un día van a voltear el tren, y les va a valer, siempre que se hayan podido meter. Yo en lo personal creo que ir viajando por una media hora, mínimo porque también es lento, rodeado de gente que, aún cuando no es su intención, apesta, se mueve, te aplasta y a veces hasta te manosea, en un calor que hasta parece sólido, no es algo que valga la pena como para pelearme por ello. Claro, habrá a quién le guste, y a lo mejor por eso se enjaretan cual mosca sobre la miel.
Voy a ver si luego les puedo tomar unas fotos para que lo aprecien mejor (hoy no lo hice porque no sabía que iba a terminar escribiendo de esto). Mientras tanto, los que viven fuera de la Ciudad de la Esperanza, sigan así. Echenle ganas para no venir a meterse a este rollo que deja corto al infierno. Y si tienen que venir, traiganse, de menos, su coche.

1 comentario:

Ruano dijo...

Haaa, yo conozco lo que sufre querido señor, por eso es mejor volar y estirar las alas cada vez que puedas.