Oh, sí. Nada como estar de vuelta escribiendo diario en mi blogsito, que espero siga siendo el blog de confianza de ustedes, amiguitos de Internet. Lo malo es que, por bello que es esto de estar aquí diario, no va a durar porque voy a estar bien ocupadito este fin de semestre. Pero mientras, les ofrezco un comentario, por cuenta de la casa.
Ayer, además del avionazo en Reforma, sucedió otra cosa que es muy importante mencionar: las elecciones de EUA, el país más sucio, corrupto, violento y cobarde del mundo, pero al que por desgracia tenemos que seguir, porque nuestras sociedades desde hace mucho tiempo tienen un pacto suicida. Lo curioso de esta elección es que no ganó el típico 'ñor blanco, medio canoso de ideas conservadoras: guerra, racismo y 'american way of life'. Ahora, para sorpresa de todos, ganó un hombre de ascendencia keniana: el señor Obama, que hasta figuras de acción consiguió.
De nada le sirvió a McCain (¿lo estoy escribiendo bien?) haber metido en su fórmula a la Palin, que la verdad es un cromo de señora, y en sus tiempos de Miss Alaska (podría hacer un albúr aquí mismo, pero me lo guardo para luego) estaba aún mejor. El cuerpo y los chongos de la amante de los rifles valieron para pura m¡3rd4 en contra del carisma y popularidad del ahora primer presidente 'afroamericano' en la historia de EUA, que arrasó en las urnas y los corazones de un pueblo que estaba sediento de cambio.
Pero no todo es mérito de Oba-ma Kenobi, pues la victoria se la debe a una figura que desde su asiento le regaló en charola de barras y estrellas la presidencia del país: el ahora perdedor desempleado George Bush, enemigo jurado del Sombrerero Loco. Gracias a su guerra, la crisis que ya llevaba un buen rato en gestación creció como la mancha voraz (si no conocieron esa película, son muy jóvenes para estar viendo este blog) y se tragó la economía mundial. Y como los gringos son pendejos, pero no tanto (y además no todos), se dieron cuenta de que este cowboy de a peso fue el que los puso a parir melones, pues ya no quisieron votar por él. Con toda razón.
Ahora, lo que debemos preguntarnos es solamente una cosa: ¿Será Obama el mesías que todos en EUA parecen creer? La verdad la verdad yo lo dudo mucho, pero también admito que sí le veo más honestidad a él que a cualquier blanquito republicano. Cierto que no hubiera votado por él por dos razones: la más importante es que soy tremendamente anti-político (escribo de política, pero no creo en ella... es un poco como Santa Claus), y la segunda es que no soy americano, entonces ni me dejan acercarme. Pero bueno, creo que Obama era el mejor candidato, aunque nada más había dos. Ahora falta que su condición de negrito lo mantenga con los pies en la tierra y, por lo menos, deje de lado el típico racismo de la Unión Americana. Pero en cuanto a que arreglé el asunto de la guerra, la economía, la sociedad decrépita y decadente, las broncas migratorias y todos los demás problemas de EUA, lo dudo mucho, porque un hombre solo nunca puede cambiar la situación entera de una nación tan grande, sobre poblada y hundida en estiércol como la que le tocó. En general, creo que lo que Obama puede traer, y lo que espero yo de él, es un cambio de actitud para la sociedad. Arreglar una economía fregada en un ratito es muy difícil, pero abrir los ojos me parece más razonable: digo, si ya votaron por un negro, igual y dejan de cazar latinos en las fronteras.
Pero bueno. Ya saben que este es también su blog, y si quieren apedrear al hombre negro o a mi, pueden hacerlo con sus comentarios (y sus piedras, pero por favor traten de dejarlo en comentarios). Igual, si creen que Obama puede arreglar algo, comentenlo. Es un foro abierto. Por lo mientras, les agradezco a aquellos que siguen leyendo este blog pese a los altibajos de su servidor. Sigan difundiendo este espacio, por favor, y si se sienten con ganas dejen sugerencias para futuras referencias. Nos vemos luego... espero que no pase más de una semana.
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miércoles, 5 de noviembre de 2008
Black Man in the White House!
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miércoles, 8 de octubre de 2008
El tiempo vuela... nosotros caemos
Hola de nuevo. Admito que me asusta un poco el hecho de que de nuevo estoy como empecé en mi blogsito. Veo pocos comentarios... y las encuestas, bueno. En todo caso, tampoco se me hace algo de profunda relevancia, porque ante todo, escribo para mi. Igualmente, me disculpo con aquellos que han querido leer y no encontraron nada ni lunes ni martes. El tiempo se me fue volando, porque estuve ocupado en cosas y cosas. Ahora mismo escribo algo a prisa.
Eso me lleva al tema de hoy. Como pasa el tiempo. ¿No les pasa que, antes de que se den cuenta, ya pasó un día... o dos... o una semana... o un mes... o un año? A mi, al menos, sí. Y me preocupa porque cada día que pasa parece ir durando cada vez menos. Y por lo mismo, me rinde cada vez menos, y lo malo es que cada vez hay más cosas que hacer.
Me acuerdo que cuando era niño, un año era larguísimo, como la cola para los boletos del metro. No podía esperar para que llegara la navidad, o los reyes, o las vacaciones. De hecho, me daba tanto tiempo que me pasó una vez esto: era un día cualquiera de mayo, digamos, y me levanté porque creí que era día de reyes. Raro, pero verdadero. O me acuerdo que hasta los días eran bien largos. Me dormía hasta en el coche, con mis papás, en los caminos más cortitos y me parecían horas de viaje (y de sueño). Puede ser que me parecía así porque, como todo niño feliz, tenía muy pocas preocupaciones y menos ocupaciones.
Ahora, en el mundo 'adulto', me pasa lo contrario. Me veo a mí mismo enredado en un mundo de gente en el cual todos, sin excepción, viven apurados. No les alcanza el tiempo, no terminan nunca de hacer algo en el tiempo propuesto, ni se pueden tomar un descanso, porque tienen que ir a otro lado: al gym, la escuela, el trabajo, por los niños, al doctor, al súper (¿o a la comer?), a la comida con X, etc, etc. Por eso hay tanto tráfico, tanto stress y tanta gente en todos lados, a todas horas. Porque si no lo haces orita, luego no hay tiempo. Lo raro es que después no hay tiempo porque... ¡nos la pasamos haciendo cosas porque después no hay tiempo! Es un círculo vicioso, irónico, cruel e implacable. Nos absorbe inevitablemente, como un remolino en el agua.
En cierto modo, el ritmo de la vida se acelera porque nosotros mismos le permitimos acelerarse, pero hay que admitir que mucho tiene que ver en esta locura la sociedad. El horario de verano, un novedoso invento que haría que cualquier torturador medieval se sintiese orgulloso, nos descompone nuestro reloj interno; los estrictísimos horarios de trabajo nos hacen vivir con miedo de las consecuencias de fallarle al reloj, aunque sea por diez minutos. No digo que debamos ser irresponsables, pero muchas cosas no tienen que ver con la responsabilidad -porque si uno trabaja en dos horas lo que otro hace en diez, ¿qué importa a qué hora llegó?- sino con el intento, siempre futil, de los hombres para imponer un orden en su vida. Para no sentir que van a la deriva y para... no sé para qué. Igual les falla todo.
Pero bueno. El punto es que no soy el único loquito que se salió de Alicia en el país de las maravillas. Léanlo y entenderán de lo que hablo, porque para mí, el Sombrerero Loco, la hora no importa. En mi reloj siempre es la hora del te. Pero para el Conejo Blanco, siempre es tarde. Es cuestión de perspectivas. Es una lástima que sea la perspectiva del conejo la que se haya popularizado. Ah, qué más da. Ya llegará mi momento... mi hora. Pero también, como todas las demás, se irá volando.
No olviden votar en las encuestas, por favor.
Eso me lleva al tema de hoy. Como pasa el tiempo. ¿No les pasa que, antes de que se den cuenta, ya pasó un día... o dos... o una semana... o un mes... o un año? A mi, al menos, sí. Y me preocupa porque cada día que pasa parece ir durando cada vez menos. Y por lo mismo, me rinde cada vez menos, y lo malo es que cada vez hay más cosas que hacer.
Me acuerdo que cuando era niño, un año era larguísimo, como la cola para los boletos del metro. No podía esperar para que llegara la navidad, o los reyes, o las vacaciones. De hecho, me daba tanto tiempo que me pasó una vez esto: era un día cualquiera de mayo, digamos, y me levanté porque creí que era día de reyes. Raro, pero verdadero. O me acuerdo que hasta los días eran bien largos. Me dormía hasta en el coche, con mis papás, en los caminos más cortitos y me parecían horas de viaje (y de sueño). Puede ser que me parecía así porque, como todo niño feliz, tenía muy pocas preocupaciones y menos ocupaciones.
Ahora, en el mundo 'adulto', me pasa lo contrario. Me veo a mí mismo enredado en un mundo de gente en el cual todos, sin excepción, viven apurados. No les alcanza el tiempo, no terminan nunca de hacer algo en el tiempo propuesto, ni se pueden tomar un descanso, porque tienen que ir a otro lado: al gym, la escuela, el trabajo, por los niños, al doctor, al súper (¿o a la comer?), a la comida con X, etc, etc. Por eso hay tanto tráfico, tanto stress y tanta gente en todos lados, a todas horas. Porque si no lo haces orita, luego no hay tiempo. Lo raro es que después no hay tiempo porque... ¡nos la pasamos haciendo cosas porque después no hay tiempo! Es un círculo vicioso, irónico, cruel e implacable. Nos absorbe inevitablemente, como un remolino en el agua.
En cierto modo, el ritmo de la vida se acelera porque nosotros mismos le permitimos acelerarse, pero hay que admitir que mucho tiene que ver en esta locura la sociedad. El horario de verano, un novedoso invento que haría que cualquier torturador medieval se sintiese orgulloso, nos descompone nuestro reloj interno; los estrictísimos horarios de trabajo nos hacen vivir con miedo de las consecuencias de fallarle al reloj, aunque sea por diez minutos. No digo que debamos ser irresponsables, pero muchas cosas no tienen que ver con la responsabilidad -porque si uno trabaja en dos horas lo que otro hace en diez, ¿qué importa a qué hora llegó?- sino con el intento, siempre futil, de los hombres para imponer un orden en su vida. Para no sentir que van a la deriva y para... no sé para qué. Igual les falla todo.
Pero bueno. El punto es que no soy el único loquito que se salió de Alicia en el país de las maravillas. Léanlo y entenderán de lo que hablo, porque para mí, el Sombrerero Loco, la hora no importa. En mi reloj siempre es la hora del te. Pero para el Conejo Blanco, siempre es tarde. Es cuestión de perspectivas. Es una lástima que sea la perspectiva del conejo la que se haya popularizado. Ah, qué más da. Ya llegará mi momento... mi hora. Pero también, como todas las demás, se irá volando.
No olviden votar en las encuestas, por favor.
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