Mostrando entradas con la etiqueta presunción. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta presunción. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de octubre de 2008

Personalidad... ¿pirata?

Hola de nuevo, mis amiguitos de Internet. Antes de comenzar a conversar con ustedes, me da curiosidad comentarles algo. Hace poco puse dos comentarios; uno sobre un tema profundo e importante -la pena de muerte-, y uno más light, aunque también importante y reflexivo -Los X-Men-. Me llama la atención que nadie comentó nada con respecto al primero, y en cambio hubo más comentarios en el segundo. No está mal, pero es curioso como cuando algo tiene un nombre más serio nos intimida un poco, ¿no?
Bueno. Les quiero hablar de una cosa que me atribula terriblemente. Cada día que salgo a ver el mundo me toca ver mucha gente, como sería de esperarse. Sin embargo, y esto es lo que me preocupa, veo mucha gente, pero veo muy pocas personas. ¿No les ha pasado? Me explico: por decir, en el metrobús, me toca ver como 150 'cuerpos', y sin embargo, hay como 7 personas nada más (más o menos, no es exacto). Porque de esos 150 todos son parte de unos cuantos estereotipos. Triste, pero cierto.
¿O no? Vean a la gente que los rodea en... no sé... su salón de clases u oficina: fíjense bien. Van a ver que las similitudes entre ellos son muchas y hasta pueden organizarlos en grupitos. Por dar un ejemplo, les ofrezco este: todos dicen (decimos, a veces también se me sale) 'güey' para todo. 'Güey, es que no tengo varo, güey.' !Dos veces en la misma oración! Sorprendente, ¿no, güey? Ya en serio, está muy raro que poco a poco nos adaptamos a ciertos esquemas que vemos en los demás: las palabras, la ropa, las actividades... Eso es lo que me lleva a la pregunta: ¿De verdad somos únicos y originales, o somos, como muchos de nuestros comerciantes, piratería?
No se ofendan. Sé que es muy difícil hacer algo original. En nuestro mundo, tan lleno de gente, es casi imposible ser diferente de todos. El ser similares nos ayuda a subsistir, a no estar tan solos y hasta a reproducirnos. El problema empieza cuando ya no sabemos si lo que somos viene de nosotros o de afuera. Vivimos, hasta cierto punto, con la presión de ser como los demas quieren que seamos. Y tampoco es, al menos no siempre, voluntad de los otros convertirnos a sus ideas, sino que es parte de un ciclo chistoso de adaptación humana: cuando nos hemos acostumbrado a algo, lo vemos 'natural', y todo lo que no pertenece a esa naturalidad es, por antonomasia, grotesco (Vean el comentario de los Hombres Nada-X). Y al ser humano nada le gusta tanto como evitar estas anomalías, de una forma u otra. Por eso hay segregación de tantos tipos, iniciaciones y novatadas para entrar a un grupo, o simple y sencillamente: grupos en sí.
Recuerden cuando estaban en la secundaria o la prepa: había grupos. Oh, sí. Los clásicos matados (o ñoños, tetos, nerds, etc.), los chidos (esos que todo mundo admira, que normalmente son guap@s o deportistas), los X (que son como el pueblo llano de la edad Media), etc, etc, etc. Esos grupos existían porque todos creemos estar en la posición correcta. Por eso es que le encontramos tantas fallas a las ideas de los demás: si es guapo, es gay - dicen los feos-; si es guapa, es bien hueca -dicen las feas-; no le gusta el Psycho, es aburrido.
Ahora, lo interesante es que siempre el grupo mayoritario tiende a hacer más presión. Y eso, muchas veces, nos obliga a buscar la forma de ser aceptados. Porque es natural querer ser aceptados (muy natural, porque muchos primates son parte de grupos sociales). Finalmente, es parte de nuestra esencia el pertenecer a algo. Lo malo es que, en el camino, perdamos lo que verdaderamente somos, o sacrifiquemos aquellas cosas que nos hacen realmente únicos. Y que, además, generemos barreras tan grandes entre los mismos grupos y actuemos de formas tan violentas y crueles para con ellos que no pertenecen al grupo. Considérenlo; después de todo, cada quien tiene su derecho de elección.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Espejito, espejito...

Hoy, como ya es costumbre, estoy tipeando en este, su blogsito de confianza. Antes de empezar con mi entrada, les comento que llevo ya un buen rato sin poder hacer que los malditos Gadget's funcionen. Es gracioso, pero también me apena un poco. En todo caso, me gusta pensar que quién sea que lee este blog lo hace por sus contenidos y por las jaladas que aparecen de vez en cuando, y no por los cuadritos mágicos que deberían salir al lado del texto.
Bueno, empiezo ya. Todos, o casi todos, llevamos dentro una de las creaturas más aterradoras y peligrosas del mundo. Un verdadero monstruo. Se llama Ego. Oh, sí; dentro de nosotros hay una vanidad arrolladora, que se manifiesta en miles de aspectos de nuestra vida: que si estoy a dieta, que si me siento gordo, que si te presumo mi ropa/coche/dinero, que si soy inteligente, que si sé hacer ésto o el otro. Queremos darnos a notar, que nos acepten y hasta que nos admiren. Eso es parte de la naturaleza del ser vivo. Pero los humanos lo han llevado a extremos increíbles. Se han inventado perfumes con feromonas, tangas, cirujía plástica, autos (hechos para lucir más que para transportarse), y mil otras cosas que podemos presumir. Y, por extraño que parezca, podemos presumir hasta de babosadas: el que come más, o el que es más huevón, y para verdaderas joyas del Ego, he oído a algunos presumir sus pedos (en el sentido más literal de la palabra).
Ahora, ¿qué nos hace tan presuntuosos? No lo sé. La vida misma, quizás. Pero el punto es que no podemos evitar serlo, y serlo por lo que sea. Sean honestos, ¿se acuerdan de las primeras citas? ¿A poco no se visten con cierta... elegancia que normalmente no encuentra uno en el guardarropa de diario? O, cuando van a una fiesta, ¿han ido con pants? No, porque estamos pensando en impresionar. ¡Santa vanidad! O, alejándonos un poco del aspecto físico, quién no se siente orgulloso cuando tiene cualquier cosa que presumir: si el hijo saca diez, si me compré un coche, que si gano tanto en mi trabajo. Recuerdo que, en secu o prepa siempre existe un sistema que parece de castas y que se basa en lo que uno es capaz de presumir.
Recuerden al amigo que todos tienen: el famosísimo 'uno más que tú'. Si le digo que fui a una fiesta y que me ligué a una chava, él fue a una fiesta exclusivísima y se ligó a diez modelos, eso si no vio primero a Martha Higareda. Si conseguí trabajo en una empresa que me paga bien, él de seguro fue llamado personalmente por Bill Gates para administrar Microsoft. Y ni hablarle del coche que compré, porque él acaba de conseguirse un BMW Z4 o un Ferrari. Obviamente, mucho de lo que pueda contar el 'Uno más que tú' es mentira, pero la intención de destacar es verdadera.
Es sorprendente todo lo que hacemos para destacar entre la multitud. Buscamos una novia que parezca una tenista rusa, las mujeres buscan un hombre que parezca clonado de Brad Pitt, y luego invitamos a nuestros amigos a cualquier lado solamente para que nos vean con ella/él. Pero lo peor del caso es que, muchas veces, les seguimos el juego. De verdad admiramos (o envidiamos) lo que puede tener el otro, y automáticamente queremos tener lo mismo. Es algo que no puedo explicar del todo, pero que todos hemos vivido alguna vez.
Ahora que lo cuento, me da risa, pero cuando me ha tocado presumir (o que me presuman) me lo tomo con mucha seriedad. Es la oportunidad que todos buscamos de ser, aunque sea por 10 minutos, los héroes del círculo de amigos, ser el triunfador. Sentirse especial, por ser o tener algo que otros no tienen y demostrárselo al mundo. Y no se sientan mal; es algo natural. Muchos animales lo hacen para aparearse o ganar posición en su grupo. Pero eso sí, dense cuenta de cuando presuman una estupidez, para que luego tengan algo que contarle a sus amigos y a su humilde servidor de sombrero elegante.