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domingo, 24 de abril de 2011

El desafío de las humanidades

No es fácil ser un literato. Ni un historiador. La gente cree, erróneamente, que estudiar una carrera humanística es más sencillo que aprender medicina, mecatrónica, matemáticas. Para mucha gente, las humanidades no son sino un refinado pasatiempo. Después de todo, los médicos salvan vidas, las finanzas deciden el rumbo del mundo y la ingeniería parece haber encontrado la solución a todos los problemas de la vida cotidiana. ¿Pero qué hace un Licenciado en Lengua y Literaturas "X"? ¿Cuál es su función? ¿O qué hace un historiador, sino conocer fechas, datos y cifras que, a fin de cuentas, resultan inútiles? ¿Qué hacen los humanistas? A ojos de la gente, nuestra área de trabajo es ilusoria, un campo de estudio sin relevancia real para la existencia del mundo. En pocas palabras, la tierra seguiría girando si no hubiera humanidades; mientras haya gente arando el campo, curando enfermos, descubriendo nuevos y maravillosos artefactos y determinando el status quo económico del mundo, todo estará bien.

Este pensamiento, sin embargo, es una mentira. Las humanidades son hoy tan importantes como las ciencias y como cualquier oficio, si no más. La ignorancia y la falta de interés en el pensamiento humano en sí mismo, sin embargo, han convencido a mucha gente de que nuestra labor es una afición, un desperdicio de recursos o, cuando menos, una alternativa 'facilita' a estudiar una carrera 'de verdad'. ¿Por qué hay personas que consideran que se necesita ser más inteligente para ser médico o informático que para leer a Cervantes? ¿Por qué es más importante el trabajo de un administrador que el de un crítico literario? No lo sé, pero sé que no es verdad. Y no estoy demeritando en modo alguno cualquiera de las dignas profesiones que he mencionado, pero tampoco voy a aceptar que las humanidades sean menos importantes.

Conversando con una amiga, estudiosa y apasionada de la historia, escuché el siguiente comentario: "La gente cree que la historia es un registro. Que se trata de saber cuándo y dónde pasaron las cosas, pero se olvidan de lo más importante: por qué y cómo pasaron. Estudiar la historia no se limita a registrar el pasado; es observarlo y comprenderlo. El mundo de hoy es resultado directo del mundo de ayer. La historia no es el estudio del pasado, sino de la naturaleza humana. Es la reflexión de lo que somos, lo que hemos hecho y lo que podremos llegar a ser. No es tan importante saber cuándo pasó algo como saber de qué manera ese suceso nos afecta a nosotros, de qué manera eso le ha da forma a nuestro mundo."

Es cierto, sin duda. Y lo mismo podemos decir del estudio de las artes gráficas, de la literatura, de las sociedades. Las humanidades no analizan otra cosa sino la naturaleza humana, el pensamiento del hombre y de las posibilidades que significan sus actos. Es por eso que son tan importantes, y hoy por hoy el desafío de las humanidades es demostrar su valía a un mundo que se ha olvidado de mirar hacia adentro. Porque, seamos honestos, es cada vez más común que la gente vea su vida en términos prácticos, pero externos a su propio ser. Creemos que lo que somos lo determinan factores 'medibles' y perfectamente determinados, y por eso las humanidades son tan incomprendidas. La sociedad moderna está acostumbrada a las certezas:
2 + 2 = 4 - El corazón está siempre en el mismo lugar - El cielo es azul por la refracción de la luz...

El pensamiento moderno da mucha importancia a estas pequeñas verdades y a los sistemas que las definen. Asume, erróneamente, que las matemáticas son más reales porque tienen un sistema estructurado, perfecto, libre de cabos sueltos. Hay respuestas para todo, siempre y cuando se apliquen las reglas de manera correcta. Por desgracia, en las humanidades no hay certezas: la naturaleza misma del hombre impide que las haya. La biología nos dice que todos los hombres funcionan de idéntica manera, pero en términos de mente, de cultura, de ideas... ahí no podemos explicar las cosas de modo sencillo. La historia no es exacta, no puede predecir el futuro basándose en reglas y teoremas porque el pensamiento humano no las obedece. Las variables son infinitas. Y, por esta razón, el estudio de las humanidades es tan complicado o más como cualquier ciencia: porque su objeto de estudio es inmenso, de profundidad insondable. Cada respuesta es apenas una opinión, una teoría que difícilmente se convertirá en ley, y que posiblemente será contradicha por cientos de otras ideas. No hay verdades definitivas, como en la física, y tampoco hay modelos que expliquen eficazmente los comportamientos del hombre. Lo único que tenemos es la seguridad de que cada respuesta nos ayuda a entender mejor nuestra realidad, y no sólo eso, también nuestra identidad.

Repito: las humanidades tienen una responsabilidad para con la sociedad. No sólo deben seguir navegando a ciegas en el cosmos que es el ser humano, con la esperanza de trazar un mapa -o al menos un esbozo-, sino que también deben interesar al gran público por sus avances; abrir los ojos de la gente al valor implícito que nuestro trabajo tiene. Recuperar una vez más la idea de que el hombre es definido no por objetos o leyes, sino por el poder de su propio pensamiento.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Recomendación del MES: The Red Hourglass

Inaugurando esta nueva sección, les presento uno de mis libros favoritos. Para variar, esta vez no es literatura de ficción, sino un ensayo científico lo que vamos a discutir.

No sé si lo sepan, pero una de mis grandes pasiones en la vida es el mundo animal. Su complejidad y variedad lo convierten en uno de mis tópicos favoritos. Normalmente, aprendo de la fauna a través de la observación personal, la fotografía y los documentales; algunas veces recurro al internet -sobre todo a Wikis y blogs-, pero debo admitir que pocas veces uno encuentra un libro sin imágenes que logre capturar la atención y que a la vez logre explicar con claridad y precisión la vida silvestre. Cuando esto se logra, se juntan dos de mis amores: la lectura y los animales.

Uno de los pocos libros que realmente atraen la atención del lector común [no una enciclopedia ni un tratado aburrido destinado a los expertos] es The Red Hourglass: Lives of predators, una maravilla que nos habla de poderosos depredadores, eficaces e implacables, pero que no suelen recibir la atención del mundo. Entre estos animales están la viuda negra, la mantis, el cerdo y el perro, animales a los que pocas veces atribuímos las cualidades feroces y astutas propias de un cazador. En embargo, Gordon Grice logra develarnos esta faceta a través de una prosa clara, amena y bastante personal, reflejo de su propia experiencia observando a estos animales desde el punto de vista de un tipo cualquiera.

El texto profundiza lo suficiente como para llevarnos más allá del conocimiento superficial que tenemos de estos depredadores, pero se mantiene en un espacio cómodo, sin llegar a abrumar al lector. Describe hábitos, aspectos poco conocidos, datos generales y curiosos respecto de estos animales, acompañándolo todo con anécdotas y observaciones que le dan un tono mucho más ligero y amigable que el que suelen tener libros similares. La mayoría de la información está al alcance de un principiante en el tema animal, por lo que no se necesita mucho para disfrutar de la experiencia que ofrece este acercamiento al mundo de los cazadores anónimos; no obstante, ofrece un panorama bastante amplio y un contenido que sorprende e ilustra, lo que pareciera ser el mayor éxito de Grice. Es en efecto un auténtico éxito haber condensado tanta información de manera tan accesible, y resulta especialmente satisfactorio poder acercarse a un universo desconocido sin perder la capacidad de apreciarlo y aprehenderlo.

En resumen, una obra fenomenal, obligada para aquellos que disfrutan de conocer su mundo, de descubrir las pequeñas maravillas que se esconden en los rincones más pequeños y los misterios que guardan animales tan -aparentemente- familiares. Además, un oasis para cualquiera que quiera descansar de novelas y cuentos, pero que aún así quiera una lectura interesante, fluida y edificante, que no pierde su respectivo toque literario

La única desventaja [para algunos]: Está en inglés.