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martes, 4 de noviembre de 2008

Rumbo al bicentenario... y se nos cae el avión

Hola de nuevo, mis amabilísimos lectores. Como lo prometí, me estoy dando tiempo para escribir tan periódicamente como me es posible. Por desgracia, el comentario de hoy es, tristemente, fruto de una tragedia más que nacional, humana.
Como bien saben todos ustedes, me imagino, hoy a las 7 de la noche un avión jet (chiquito, cuando menos) se estrelló en plena calle de Reforma, en nuestra ciudad de México. Las víctimas fueron, hasta donde sé en este momento, solamente los ocho pasajeros entre los que destacaban dos funcionarios del gobierno: Mouriño y Vasconcelos. No soy quien para decir que fueran hombres honestos, ilustres y patriotas; no los conocí personalmente y es muy difícil hacer un juicio de esta categoría con base a lo que se dice. En todo caso, la política tiene fama de sucia, pero ese no es el asunto. El asunto es que ocho personas, dos más famosas que el resto, murieron en un accidente (o atentado, finalmente no podemos descartarlo), y muchas otras, cuarenta más o menos sufrieron heridas o quemaduras de cierta severidad, esto olvidándonos también de los daños materiales.
Repito: no puedo expresar una opinión en cuanto a la calidad moral de los ocupantes del vehículo, pero lo que me parece evidente (creo que a todos) es que este acontecimiento es verdaderamente un horror para la gente de la ciudad. Pese al título de mi texto, que es un tanto 'chistoso', la verdad es que me conmueve tremendamente el hecho de que un avión caiga a media ciudad, por error o por maldad, y cause un desbarajuste en la vida de tantísimas personas: los familiares de los muertos, los de los heridos, la gente que los conocía y hasta los mismos 'atorados' por el bloqueo del tránsito. Sabrá Dios cuales eran las historias de esos, de los cuales seguramente uno necesitaba llegar a las ocho a X lugar por Y razón, y ahora no pudo hacerlo. O el que simplemente presenció el nefasto suceso y ahora nunca (me imagino yo) lo va a poder olvidar.
Si de por si ver la escena en la tele era bien grueso, imagino a los que lo vivieron (y sobrevivieron para contarlo). ¿Qué pensarán? ¿Qué habrán sentido al verlo? Porque digo, uno no va por la calle esperando que le vaya a caer un avión. Y a los que les tocó, a sabiendas de que no se iban a poder escapar, no les quedó más que aguantarse. Gracias a Dios no hubo tantos muertos como pudo haber.
Yo siento repudio por aquellos que, en caso de que fuese un atentado, hayan sido responsables por un acto tan cobarde y escandaloso. Independientemente de quién pudo ser el blanco, la muerte de una persona, y más una muerte tan violenta, y a la vez tan fría; tan cruel y tan insultante (para la misma sociedad) no es nunca algo que se justifique. Ocho muertos y cuarenta heridos es algo que simplemente no debe ignorarse.
Quizás si fue un accidente. Pero en todo caso, la tragedia es igual de grande, porque los muertos no se van a levantar. No puedo decirles que lloren a Mouriño o a Vasconcelos. Igual y ustedes no le van a ese equipo, y la verdad se vale que así sea. Lo que sí les pido es que tomen consciencia de que no se murieron unos panistas, sino ocho personas. A lo mejos los pilotos eran perredistas, o priistas, o abstemios políticos como yo. Pero lo que sí sé es que todos eran personas, a lo mejor con familia y con hijos que, por desgracia, se quedaron esperándolos y no los van a volver a ver.
Lo que vivimos no fue un hecho político; ni siquiera un evento histórico. Más que historia viva, lo que nos tocó esta noche, 4 de octubre de 2008, fue una terrible y fatal realidad. A lo mejor en tres años nadie se va a acordar, ni va a salir en libros de la SEP, ni nada. Pero ahora mismo, hay gente, como ustedes y como yo, cuya vida no va a volver a ser la misma.

Mañana: 'OBAMA VS McCAIN: Victor Maximus'

Por los difuntos y sus familias, los invito a que reflexionen. Hagamos un minuto de silencio, y luego una eternidad de palabras.

martes, 23 de septiembre de 2008

El peatón no es un tope...

'¿Están listos, chicos? Sí, capitán, estamos listos.' Me preguntó por qué habré empezado con la canción de Bob Esponja. Bueno, comencemos.
Hace mucho tiempo, cuando la vida era más lenta y los coches eran un artefacto que parecía ciencia-ficción, la gente solía caminar más. Cierto, la ciudad era otra, no había tantas prisas, menos gente, etc.; pero el punto es que había más calma, menos contaminación y bueno, mucho menos ruido de claxonazos. Pero bueno, vivimos en el S. XXI.
En todo caso, es muy triste que la cultura del automóvil se haya vuelto una réplica del Pandemonio. Y lo digo porque tener un coche pasó de ser una cosa muy chida (todavía es bueno, pero menos) a ser una carga. El tráfico está pesadísimo, el calor basta para cocinar en el asfalto y ni hablar de los altos precios de la gasolina y la maldita TENENCIA. Tener un coche es una necesidad, pero al mismo tiempo es un gasto tremendo mantenerlo, es cansado usarlo y ya no te emociona manejar, porque aunque tengas 300 hp (caballos de fuerza) tienes que ir a vuelta de rueda, porque hay cientos de otros automovilistas que tampoco pueden avanzar.
Estas situaciones ponen muy tensos a los choferes (si no me creen, pregúntenle al microbusero), y eso también repercute en nuestra cultura vial. Hay mucha violencia innecesaria entre conductores: claxonazos, gritos, insultos y luego hasta peleas. Oh, sí. Pero, lo que es peor, las cosas también afectan a los inocentes (no todos, lo admito) peatones.
Quien no ha visto un carrito pasándose el alto aún cuando haya gente atravesándose no ha vivido en nuestra ciudad. Otro show que es muy común aquí es que, en lugar de cederle el paso al amiguito a pie, el hombre del auto siempre tiende a imponerse, aunque el sea uno y la gente que camina sea numerosa. O, por ejemplo, ¿les ha tocado que los cochecitos se pongan en el paso peatonal? Obvio que sí, porque como el auto pesa una tonelada y una persona no, no hay peligro para el conductor. Es verdaderamente sorprendente (y triste) como nos hemos dedicado a convertir las calles en una tiranía automovilística: las banquetas son cada vez más chicas, los autos cada vez son más y los accidentes también.
Claro, el peatón tampoco es un santo. Los puentes peatonales, hechos para salvaguardar la vida del caminante, están abandonados, porque la gente 'huevoncita' dice: 'Pa que me subo... me canso. Mejor me cruzo a lo bestia.' Cuando cruzan, vuelve a salir la flojera. 'Me voy lento. Total, que los coches se esperen.' Como ven, todos tenemos un papel cruel en esta historia. Nadie es realmente cooperativo, y por eso nuestras vialidades y nuestra cultura cívica están del nabo.
Y no olvidemos el papel de nuestros gobernantes. A Marcelino 'pan y vino' Ebrard se le ocurrió arreglar el centro histórico, y hay muchas calles que no están funcionando, pero eso sí, no hay ambulantes. Y no olvidemos las obras del Circuito, las del tren Suburbano (que arruinaron Avenida Jardín permanentemente, muy a mi pesar), las del metrobús, etc. Y lo malo no es que arreglen. Eso, de hecho, es bueno; pero avanzan al ritmo de los ciclos geológicos. Pangea se va a volver a unir antes de que terminen, porque los obreros no más trabajan en las horas pico, y en cambio, cuando no hay nadie, ellos prefieren descansar.
Ni modo; no podemos cambiarlo con magia. Pero eso sí, sean conscientes de lo que hacen. Traten de no ser parte del problema, sino de la solución. Es difícil, pero ¿qué cosa no lo es?